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Si su vida tiene que ser de sacrificio, tiene que ser también vida de amor. Y no podría ser de otra manera. ¿Qué puede alimentar la lámpara del sacrificio sino el bálsamo del amor? Son el amor y el sacrificio a manera de dos espejos que colocados el uno enfrente del otro, se envían mutuamente sus rayos de luz y calor. Sin amor es imposible el sacrificio y sin sacrificio en esta vida, el amor languidece y muere de inacción. El amor obra grandes cosas; dice el autor de la Imitación de Cristo. ¿Pero, pueden hacerse grandes cosas sin sacrificio?
"En esta vida, cuanto más se ama, más se sufre, pero con un sufrimiento que participa de las dulzuras del amor.
"Ustedes, como Hijas del Sagrado Corazón de Jesús y encargadas de hacer que reine en los corazones, tienen la dulce obligación de amar a Jesús y de trabajar porque su amor invada todo su ser, de tal modo, que para ustedes, amar sea vivir.
"Tienen que amar al buen Jesús que nació y murió amando y descrita dejó la intensidad de su amor en las llagas abiertas de todo su cuerpo, particularmente en su costado que quiso fuera abierto después de su muerte para que se viera, dice San Francisco de Sales, que había muerto de amor.
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"El amor tiene muchas fases: no siempre es sensiblemente suave y delicioso. Se ama a Jesucristo en el dolor, cuando es preciso sacrificarse por El. Se le ama en la ausencia, cuando aparentemente se aleja de nosotros para probar nuestra fidelidad y robustecer nuestro amor. El pesar que entonces se siente por juzgarnos como abandonadas de Jesús, es el latido del corazón que ama.
"Se ama en el combate, cuando tenemos que luchar por conservar su amor, sacrificando inclinaciones y afectos que por lo menos lo disminuirían.
"Se le ama cuando nos sentimos atormentadas por el deseo de amarlo más y lamentamos por otra parte, la incapacidad que experimentamos para lograrlo.
"Se le ama cuando nos oprime el peso de nuestras miserias que quisiéramos ver muy lejos de nosotros.
"En éstas y otras circunstancias hay pues que amar a Jesucristo; amarlo sufriendo, amarlo luchando; amarlo cuando con pesar nuestro creemos tener el corazón frío e insensible, puesto que la voluntad, con la gracia divina, puede sobreponerse a todo, y en cualesquiera circunstancia, mantener firme su propósito de amar al Salvador.
"Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulaciones? o ¿angustia? o ¿hambre? o ¿desnudez? o ¿persecución? o ¿espada...? En todas estas cosas venceremos por Aquél que nos amó. Por lo cual estoy cierto que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni virtudes, ni cosas presentes, ni venideras, ni fortaleza, ni altura, ni profundidad, ni otra criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es Jesucristo Señor Nuestro". (Rom. 8. 35, 37 y 38).
"No hagan consistir su ideal en llegar a amar en esta vida gozando, sino más bien sufriendo; así como amó Jesucristo, sobre todo durante su pasión, a su Padre y a los hombres. Podrá suceder muy fácilmente que algunas veces os haga sentir el Señor las dulzuras de su amor. Así suele hacerlo concediendo a las almas el sentir aquel placer tan inefable que como dice en un himno litúrgico: ni la lengua puede expresar, ni la pluma escribir, quedando todo reservado a sólo el que lo siente, saber lo que es. Si así les llegara a acontecer, acojan esa gracia con gratitud, y como la Magdalena, quiebren el vaso de su corazón a los pies de Jesús, y deshaciéndose en actos de amor, cuidad al mismo tiempo, de como la Magdalena, "Si el Señor no les concediera tales consuelos, no se desalienten. El sabe bien lo que más puede aprovecharos; déjenlo que obre conforme a su agrado. Hagan entonces y aún frecuentemente, actos de amor. Aunque sin sentimiento, la voluntad bien puede hacerlos y son entonces más meritorios. No se asusten creyendo que ese amor no existe porque no lo sienten, pues dice San Francisco de Sales, que si no existiera, los labios no lo expresarían En todo caso, si por esa insensibilidad, les pareciere ser impotentes para decir a Jesucristo, yo te amo, sí pueden decirle con todo el corazón: ¡Te quiero amar! Ejercítense también y con mayor anhelo en hacer obras de amor, es decir, aquello que harían si sintieran arder en su pecho las llamas del amor.
"La vida de amor les es necesaria para que puedan realizar la difícil obra de la regeneración que se proponen en las almas habituadas al vicio y para extender el reinado de Jesucristo en los corazones, pues el amor que arda en su pecho, irradiando hacia fuera, hará que sus palabras y sus acciones, aun sin pretenderlo ustedes, vayan saturadas de amor y lleven a las almas el aroma de la caridad.
"Jesucristo no exigió de San Pedro sino amor, y grande amor, cuando trató de encomendarle a las almas, significadas en los corderos que le mandó apacentar.
"Para llevar la vida que han abrazado, tienen necesidad de muchas virtudes, como humildad, celo, paciencia, condescendencia, amabilidad, etc. La caridad llevará consigo esas virtudes, o bien, les hará adquirirlas fácilmente, porque dice San Pablo: La caridad es paciente, es benigna, la caridad no es envidiosa, no obra precipitadamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca sus provechos, no se mueve a ira, no piensa mal, no se goza en la iniquidad, mas, se goza de la verdad, todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. (1ª a Cor. 8, 4-7).
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