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La espiritualidad es una forma concreta, movida por el espíritu, de vivir el Evangelio, es decir, maneras peculiares de sintetizar los valores cristianos. Cristo es el único origen teológico de la multiplicidad de espiritualidades, por tanto, afirma Urs Von Baltasar con mucha fuerza que el Evangelio es la raíz, criterio y norma de todas espiritualidad. (1)
La experiencia espiritual neotestamentaria cualesquiera que sea el ángulo desde el que se contemple, dice referencia a Jesucristo. Cristo, camino obligado para comprender a Dios, para comprenderse a sí mismo, para comprender la comunidad y la historia. Tan cierto es esto, que las confesiones de fe de N. T. expresión de la fe común de la Iglesia, son todas cristológicas. Se celebra el camino que Cristo recorrió, la estructura de su persona (hombre-Dios), y su estructura de Hijo en relación con el Padre y el Espíritu (Trinidad). Porque el Hijo ama al Padre en el Espíritu de tal modo que lo prefiere al El y a su voluntad amorosa, por encima de todo lo demás.
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Cristo, revelador de Dios. El es quien, en su persona y en su historia, ha hecho visible y cercano al Dios invisible. La invisibilidad de Dios ha desaparecido con la aparición histórica de Jesús de Nazaret. Dios no es ya invisible y lejano; ha salido de su invisibilidad y en Cristo ha venido a nuestro encuentro. Cristo es el único revelador de Dios. El sólo es la verdadera historia de la presencia de Dios entre los hombres. Jesús y su amor son la palabra pronunciada por el Padre, palabra entregada al mundo en el Espíritu Santo. (2)
Todas las espiritualidades constituyen en efecto diversas formas de la única misión de Cristo que es su absoluta obediencia por amor, las cuales se manifiestan en la multiplicidad de carismas, de misión y de funciones de que él dispone. Por tanto, hablar de la espiritualidad o el tinte que Mons. Oláez fue forjando en su camino a Dios como la fuerza que daba impulso a su vida espiritual, no fue simplemente el dinamismo natural, sino la vehemencia del amor divino que fuerte e irresistible se apodero de su vida, mediante la práctica fiel y constante de la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús. El mismo lo refiere antes de su ordenación: "Al resolverme a abrazar el estado sacerdotal no tenía otra idea que la de entregarme completamente a Jesucristo".(3)
Para ti, mis deseos y mi ternura mi gozo, mi penar, para ti, mis trabajos y fatigas, para ti… mi cantar. Para ti que me colmas de favores con inmensa bondad. para ti, los instantes de mi vida, para ti nada más. (4)
El amor al Corazón de Jesús constituyo al alma y vida de su espiritualidad sacerdotal, su consagración a este amor no sólo fue para él la alegría y dulzura, sino también fuerza, abnegación, entrega, sacrificio heroico que penetraron todo su ser para colocarlo bajo el sigo de la acción apostólica.
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